La verdadera memoria histórica

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No deja de ser sorprendente ver cómo en unos pocos años, en España, unas palabras, dos, se han tornado en un contenido concreto y excluyente, más allá de lo que fríamente contempladas quieren decir. Frecuentemente, los que las oyen hoy piensan únicamente en un minúsculo tramo del devenir de un único país, España. Algunos se ponen a la defensiva, otros rememoran tiempos poco propicios, aciagos, y casi nadie relaciona ya esta potente combinación semántica con su significado real, en verdad, con diferencia, más amplio y enriquecedor que el anterior. De esta otra memoria histórica extendida, cuyos lindes son inabarcables y mucho más heterogéneos, pero poderosos, quisiera hablar aquí, esa que, desgraciadamente, se está perdiendo y conviene reavivar.

La historia está íntimamente unida a las humanidades, A decir verdad, es la columna vertebral de las humanidades. Quien deja de lado las humanidades, deja de lado su ser. Surge la historia después de la llamada prehistoria en el momento en el que aparecen los primeros textos escritos, cuando el ser humano comienza a transmitir en su lengua sus inquietudes a través de unas letrillas con sentido. Anteriormente, las historias de los ancestros se contaban de padres a hijos creando un valioso bagaje sometido a la erosión del tiempo, que perdía lastre e iba modificándose conforme pasaban los lustros, convirtiéndose en leyendas en las que diferenciar entre lo real y lo irreal resultaba difícil.

Tengamos en cuenta, igualmente, que el arte rupestre prehistórico, en todas sus ramas, ya era un medio de comunicación, por cuanto pretendía transmitir algo sin palabras escritas, algo que podemos interpretar, aunque no sepamos qué significa a ciencia cierta. ¡Qué duda cabe que cuanto más nos alejamos en el tiempo, más complicado resulta saber qué pasó! También es verdad que la ciencia arqueológica y sus ciencias accesorias –la genética es una- nos permiten, a falta de documentos escritos, aventurarnos en esos lejanos escenarios, en los que personas de carne y hueso, no muy distintas a nosotros, interactuaban.

Y, por no irnos demasiado lejos, hablaremos de babilonios, de sumerios, de egipcios, griegos, tartesios, iberos, celtas, romanos y de un sinfín de pueblos, cada uno con sus visiones del mundo y sus idiosincrasias. No hablamos de un único rincón, sino de millones de mentes pensantes que, desde sus respectivos rincones se asomaban al mundo, en todo el mundo, que no entre las cuatro paredes de muchas personas actuales, que se limitan y, por tanto, están limitados. Cada una de aquellas mentes pensantes se plantaba en la vida y le hacía frente a ésta, analizando sus bondades y sus desdichas, y lo raro es que no se hicieran preguntas como qué diablos pintaban allí.

Para dar forma a esas inquietudes surgieron las religiones y, tiempo más tarde, la filosofía que, dicho sea de paso, es un tipo de pensamiento existencial, no necesariamente ligado a deidad alguna, que indaga sobre la esencia del ser humano, su ser, su convivencia y devenir. La filosofía puede tener muchos nombres, es una parte indisoluble de la historia del hombre, forma parte de su narrativa. Ahora, hay que ser muy bueno para transmitir lo que otros pensaban, desmenuzar lo complejo para hacerlo inteligible. Al final debe conducir a que cada cual tenga su propia filosofía de vida, no impuesta.

Claro que el duro día a día de muchas personas les impedía pensar y se centraban en lo práctico. No deja de ser exactamente lo mismo que sucede actualmente, pero la historia, cuando está disponible, y la filosofía, cuando se proyecta correctamente, dejan abierta una pequeña puerta para que cualquiera, cuando quiera, penetre en ese fascinante mundo del pasado, esa memoria ligada al presente, y acabe enganchado.

El gancho, ese falta, ese que, de repente, te hace ver que detrás de lo que uno pensaba que era una pared, se esconde un mundo de conocimiento mucho más rico de lo que uno se imaginaba. También es verdad que hay que saber dónde tocar. No voy a ser yo ahora quien diga lo que hay que leer y lo que no, pero sí que hay que leer. Pensemos que siempre, después de que alguien escriba algo, digamos que interesante, puede existir otro alguien que interprete lo escrito, y lo que se interpreta no es necesariamente lo que se quiso decir, y lo que se quiso decir no será siempre cierto. Esto que parece restar valor y veracidad a la historia escrita, a cualquier escrito, y es el pan nuestro de cada día desde tiempos inmemoriales, correctamente contemplado, hace la historia más atractiva aún, porque nos induce a pensar y no hay nada más valioso que poder dedicar un poco de tiempo a pensar, a abrir la mente, y no hay nada más gratificante que ver que conseguimos atar cabos para entender las cosas, reconstruimos el porqué de los efectos a partir de unas causas. Hallamos respuestas.

Cuando leemos, un libro de historia, sin ir más lejos, lo primero que debíamos captar es el estilo del autor, y menos el contenido de la historia que narra. A veces lo uno se funde y confunde con lo otro. Eso es verdad y puede llegar a ser maravilloso, porque la narrativa adquiere un ritmo especial. Detectamos entonces si el autor está enfadado, si es divertido, si defiende una idea, si deja espacio para otra forma de pensar, si es partidista, si usa la ironía, si es lacónico, si domina el lenguaje, si sabe expresar sus ideas claramente, si divaga, si es congruente, si oculta algo, si es empático, etc. En resumidas cuentas, podemos saber algo sobre el espíritu y las intenciones de esta persona. Después y sólo después, debíamos centrarnos en lo que cuenta. Vale la pena leer un texto más de una vez. Lo veremos con otros ojos, nunca cerrados y, menos, ensimismados.

¡Ni qué decir tiene que hallar respuestas a todo tras dos vueltas de tuerca es una tarea imposible! Requiere leer mucho, muchísimo y no se puede pretender leer ni enseñar con la vista puesta en la memorización, con la idea de que una insípida fecha valga más que las enseñanzas que emanan de los hechos que ocurrieron en ese momento. Relacionar y analizar es lo que vale, lo demás, las fechas, si acaso, vienen solas y son un mero complemento. Importante sí es saber qué fue antes y qué después, porque hablamos del nexo de unión, entender las razones por las que se produjeron unos acontecimientos, las reacciones que hubo, qué era previsible, qué no. Por qué se dio algo y por qué no se dio lo contrario. Aprendemos a lidiar con conceptos como supervivencia, poder, opresión, control, emociones, diplomacia, luchas, paces, pactos, justicia; con cómo se juega y ha jugado con las mentes, con los miedos y con las necesidades de cada uno siempre a lo largo de la historia. Todo este conocimiento vale para la vida.

Sin duda, conocer la historia te hace ser más libre de espíritu, no te hará mejor persona, pero te permite ver cosas que si no lees historia, es imposible que veas. Cuanto más te empapes de ella, más verás. Y, tengamos claro que no existe una única historia, sí unos hechos que se miran desde un sinfín de ópticas. Lo que realmente fascina e interesa es conocer las ópticas. La mera enumeración de hechos “sin decoración” no luce. Esas son las lecciones que nos da la historia. Entender al ser humano, ni más, ni menos. Entenderse a uno mismo y saber de qué pie cojeamos.

Juzgue cada cual si esa memoria histórica es o no es importante.

Luis del Rey Schnitzler

1 de abril de 2022