Los Iberos en la Península. Breve reseña y enlaces web

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LOS IBEROS EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Doy comienzo hoy a una serie de relatos cortos, que irán apareciendo poco a poco, en los que hablaré sobre los pueblos prerromanos que hubo en la Península. Pretendo con ello señalar sus rasgos principales, aquellos que yo conozco (y ya sabéis que no soy ni historiador ni arqueólogo) sin entrar en  detalles. Luego, a través de las páginas de internet que listaré, podréis profundizar en el conocimiento de estos pueblos. Estas páginas se corresponden con los yacimientos (o grupos de yacimientos), las instituciones y los museos más importantes relacionados con cada cultura. En ellas también hallaréis abundante bibliografía.

Empiezo con los iberos.

¿Quiénes eran los iberos o íberos, con acento, ya que la Real Academia acepta ambas formas? Stricto sensu, debían ser los habitantes de toda Iberia, que sería el nombre con el que los antiguos griegos, antes de nuestra era, designaban al territorio hispano, como país del río Iber o Hiber, el Ebro. En la Antigüedad, el término topográfico también se aplicó a otra región, en el Mar Negro, en el extremo oriental del Mediterráneo, donde actualmente se localiza Georgia, a los pies del Cáucaso. Aquí, no obstante, me ceñiré únicamente a los hispanos.

Con el nombre de ibero se designa hoy en día sólo a una parte de los pobladores de Iberia, que serían los antiguos pueblos que habitaban, entre los siglos VI y I a.e.c., más o menos, la franja costera mediterránea y zonas limítrofes del interior, desde el Rosellón (Francia) hasta la actual provincia de Huelva -tal vez adentrándose algo en el territorio actual portugués-, donde se confundirían con las reminiscencias de la cultura tartésica orientalizante, a través de sus herederos, los turdetanos. Algunos afirman que provendrían del norte de África, otros que sería una evolución de la población autóctona, fuertemente influida por los fenicios, venidos de Oriente, de quienes, entre otras cosas, heredaron la escritura o aprenderían a usar el torno cerámico.

Por los restos materiales que han llegado hasta nosotros, especialmente a partir de esculturas, relieves con figuras humanas, exvotos, dibujos realizados sobre objetos de cerámica o bronce, etc. se puede inferir que estamos ante un pueblo con un claro matiz guerrero. Seguramente estaría fuertemente jerarquizado, tendría una aristocracia poderosa, donde las clientelas entre una parte del pueblo y los príncipes o reyezuelos de los oppida (asentamientos fortificados) jugarían un papel importante. Deducir que eran un pueblo guerrero, por otra parte, es algo simple, ya que por aquel entonces, ¿dónde no había guerreros? Si es verdad que con relación a este carácter guerrero de los iberos llama la atención una institución como la devotio, un tipo de clientela militar, en la que una persona jura fidelidad a otra, comprometiéndose la primera a defender a la segunda a cambio de protección, a dar su vida por la segunda e incluso, y esto es lo interesante, a quitarse la vida en el caso de morir su patrón en combate, por, digamos, no haber sido capaz de defenderlo. En cualquier caso, aún presuponiendo este carácter guerrero, es verdad que algunos relieves como los de Osuna, localizados en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, revelan que existían también músicos y que había malabaristas. Tampoco debemos olvidar el precioso relieve en el que aparece la escena de un beso, también procedente de Osuna. ¡No todo era la guerra! Los exvotos ibéricos, casi siempre pequeñas figuritas de bronce, pero también las hay de barro o de piedra, que se han hallado en los santuarios ibéricos, de los que luego hablaré, son otra valiosa fuente de información. Destacaría que los iberos eran gente como nosotros, con sus creencias, anhelos y preocupaciones. Un ojo avezado detectará muchas cosas al contemplar estos exvotos.

No hablamos de un pueblo unido bajo un único mando, sino de una multiplicidad de pueblos (indiketes, ilergetes, ilercavones, edetanos, contestanos, oretanos, bastetanos o turdetanos, por mencionar algunos) que compartían una serie de rasgos comunes, como pudiera ser un tipo de escritura, sin que en ningún caso se pudiera hablar de una nación.

Fueron los primeros habitantes de Hispania en ser romanizados, cuando las tropas enviadas por Roma para combatir a los cartagineses en la Segunda Guerra Púnica (218-206 a.e.c.), una vez derrotado el ejército de Aníbal, ocuparon en primer lugar su territorio, que en cuestión de unas pocas décadas quedó integrado en la esfera romana. La falta de unidad real y las rencillas que hubiera entre uno y otro pueblo ibero ayudaron a que los romanos (y con anterioridad los cartagineses) consiguieran su propósito de anexionarse esta tierra. Durante un tiempo se supone que convivió la cultura ibera con la romana. Eso queda patente, por ejemplo, a través de la numismática, existiendo monedas con signario ibero de época posterior a la inicial conquista romana. Pero llegó un momento en el que las costumbres romanas y el latín se impusieron de tal forma que lo ibero quedó relegado al olvido.

Aunque se van haciendo progresos en la materia, no parece que hasta el momento se pueda decir que se haya podido descifrar el significado de la escritura ibérica, cualquiera de sus tres vertientes: nororiental, suroriental o suroccidental. Se ha llegado a transcribir, pero no a traducir. Todavía estamos a la espera de encontrar nuestra propia Piedra Rosetta, esa que en el siglo XIX ayudó al erudito francés Champollion a descifrar el lenguaje jeroglífico egipcio a través del griego y el demótico.

En España podremos encontrar muchos yacimientos y vestigios de estos pueblos.

POBLACIONES: Al margen de núcleos de población marginales, existirían oppida, fortificaciones en altura de un tamaño considerable asimilables a antiguas ciudades, y luego pequeños asentamientos, que a veces se identifican con el término latino de castella (plural), que no podrían recibir el calificativo de ciudad, pero sí serían pequeñas aldeas o fuertes militares. Algunas de estas poblaciones con el tiempo se romanizaron, con lo que, al final, hallaremos en ellas más restos romanos que iberos. Dentro de los oppida destacaría en la Península Acinipo (Ronda) en la provincia de Málaga (lo que veremos hoy a la vista es romano y, dicho sea de paso, su teatro es magnífico), Ategua (Córdoba) o Torreparedones (Baena) y el Cerro de la Cruz (Almedinilla) en la de Córdoba, Osuna (Urso) y  Carmona (Carmo) en la de Sevilla (con un pasado tartésico o, si se prefiere, orientalizante francamente interesante);  Cástulo (Linares), Puente Tablas (Jaén) o Giribaile (Vilches) en la de Jaén, el de Basti (Baza) en Granada, el de Ullastret en la de Gerona, Olèrdola en Barcelona, el Castellet de Banyoles (Tivissa) en Tarragona, La Fortalesa (Arbeca) en Lérida (esta última en llano), los asentamientos del Tossal de Sant Miquel (Edeta, Liria),  el Castellar de Meca (Ayora) (¡formidable!) o la Bastida de les Alcusses (Mogente) en Valencia; la Serreta o el Puig (Alcoy, Alicante) la ciudad iberorromana de Lucentum cerca de Alicante (pudiendo tener un origen cartaginés, posterior, si la identificáramos con la Akra Leuke fundada por Amílcar Barca); el Cabezo de Alcalá (Azaila) o el poblado de San Antonio (Calaceite) en Teruel, Libisosa (Lezuza) en Albacete, el Cerro de las Cabezas en Ciudad Real (¡interesantísimo!), etc. Castella o asentamientos menores hay muchos diseminados por allí y por allá. Suelen seguir un patrón de construcción similar: poblados fortificados de planta alargada, situados en pequeñas mesetas sobre lugares elevados, de fácil defensa, con normalmente un recinto amurallado que los protege, viviendas rectangulares, adosadas al lienzo de muralla interior, con salida a una calle central que recorre el asentamiento longitudinalmente. En estos casos sí resulta más fácil identificar una obra ibera de otros añadidos romanos, a menudo porque los poblados se abandonaron tras la llegada de los romanos. Entrarían dentro de esta categoría y sin ánimo de ser exhaustivos: el Puntal dels Llops (Olocau, Valencia) (¡preciosas vistas!), el Castellet de Bernabé (Liria, Valencia), el Tossal Redó (Calaceite, Teruel), la Tallada (Caspe, Zaragoza), el Turó de Montgrós (El Brull) o el Casol de Puigcastellet (Folgueroles) estos dos últimos en la provincia de Barcelona.

NECRÓPOLIS Y MAUSOLEOS: Mucho se aprende de estos pueblos investigando los contenidos de sus necrópolis, que con tanta frecuencia han sido y siguen siendo expoliadas y destrozadas, dificultando que los arqueólogos puedan investigarlas para conocimiento de todos. Los iberos seguían el rito de la cremación o incineración (por oposición a la inhumación), siendo sus cenizas depositadas en urnas que se sepultaban junto con su correspondiente ajuar funerario. A veces aparecía la panoplia de un guerrero, que solía incluir una falcata, esa famosa espada curva ibera de doble filo. Las necrópolis se encontraban en principio fuera de las poblaciones. De estas necrópolis destacaría una en la Península, por su extensión y su interés, tanto turístico como arqueológico. Es la de Tútugi, en Galera, Granada. Aquí se han hallado varios cientos de túmulos funerarios que se  han excavado, pudiendo ser visitados un gran número de ellos. En Aragón se localizan, entre otras, dos necrópolis, que aunque mucho más pequeñas que la anterior tienen su encanto: la de la Loma de los Brunos (Caspe, Zaragoza) y la del Cascarujo (Alcañíz, Teruel). En Porcuna, Jaén se encuentra la necrópolis de Cerrillo Blanco, en la que, bajo un gran túmulo, se halló una tumba colectiva, siendo lo más destacable de ella el conjunto escultórico ibero que apareció y que hoy puede ser admirado en el Museo de Jaén. En la misma provincia de Jaén, muy cerca de la Sierra de Cazorla, está la Cámara Sepulcral Ibérica de Toya, una construcción de tres cámaras con muros y techos de losas de piedra, perfectamente escuadradas. Es seguramente el mejor ejemplo de este tipo de tumba visitable en la Península. Algunas tumbas monumentales en la Contestania, región ibera situada entre las actuales provincias de  Albacete, Alicante, Murcia y Valencia, serían los pilares estela (un podium sobre el que se yergue un pilar central, a veces decorado con relieves, coronado por un capitel en el que se sitúa la escultura de un animal poderoso, como pudiera ser un león o un toro). Muestras de estos pilares o recreaciones de ellos podemos encontrarlas en el Museo Arqueológico de Lorca (Murcia) (temporalmente cerrado), el Museo Arqueológico de Jumilla (Murcia) o en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche (Alicante). Ahora bien, si queremos hablar de tumbas realmente monumentales, tendremos que ir al Museo Arqueológico Nacional de Madrid para admirar el sepulcro de Pozo Moro (Albacete).

SANTUARIOS:  Poco se sabe de la religión de los iberos. Los registros arqueológicos dan cuenta de algunas escenas mitológicas (por ejemplo: los relieves en el sepulcro de Pozo Moro) sobre las que se formulan hipótesis. Por otro lado, si no se les rendía culto, sí al menos se apreciaba el valor o la fuerza de determinados animales como el león, el lobo o el toro, ya que aparecen en múltiples esculturas, en dibujos realizados sobre cerámica, en relieves grabados en páteras o en bronces (vide toréutica). Hasta nuestros días han llegado una serie de santuarios (algunos reconstruidos como el de Torreparedones, Baena, Córdoba), la mayoría desprovistos de sus estructuras habitacionales, quedando a la vista, y esto tiene también un gran valor, el espacio natural, el paisaje donde se insertaban. Se apreciaban las cuevas y lugares donde brotaba un manantial. En estos lugares los devotos solían depositar ofrendas votivas, exvotos, con simbología muy diversa. El gesto que más abunda son las figuras, generalmente de damas, que llevan puesta una especie de cofia capa, que extienden los brazos hacia los lados enseñando las palmas de las manos, suplicando y a la vez mostrando sumisión. Luego las hay de guerreros, de mujeres encinta, de hombres mostrando un falo sobredimensionado, de miembros del cuerpo como pudiera ser un pie, y todos tienen un significado: se pide fertilidad, se pide protección, se pide sanación. Entre los santuarios más conocidos, destacaría en primer lugar el Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete). Los exvotos aquí hallados eran de considerable tamaño, auténticas esculturas, que hoy pueden ser contempladas en el Museo Arqueológico Nacional y el Museo de Albacete, aunque también hay piezas en el Musée du Louvre (Paris, Francia). Si nos acercamos a este santuario hoy, no veremos más que un obelisco plantado allí en los años veinte del siglo pasado, justo en el lugar donde se hallaba el santuario. No es un sitio que llame la atención, pero sí es un lugar tranquilo. Por aquí pasaría la Via Heráclea (que posteriormente se llamaria Via Augusta). Otros interesantes santuarios son el Collado de los Jardines (Santa Elena, Jaén) en Despeñaperros (Sierra Morena) o la Cueva de la Lobera, también llamado Altos del Sotillo (Castellar de Santisteban, Jaén). Este último se encontraría también próximo a Via Heraclea.  Ya por último mencionaré  el Santuario de la Luz (Verdolay, Murcia), localizado a unos pocos km al sur de Murcia. Tiene un interesante deambulatorio que conduce al edificio de culto en la cúspide de un cerro.

Hasta aquí llega esta pequeña introducción al mundo ibérico.  Para seguir indigando os dejo ahora una serie de páginas de internet correspondientes a los museos y a los espacios visitables más representativos de esta cultura en España. No estarán todos, pero sí una buena selección:

Los Íberos en general (por orden alfabético):  

Museos importantes con restos materiales iberos (por orden alfabético)

(C) Luis del Rey Schnitzler